Puede parecer un ejercicio de nostalgia (y lo es), pero también es algo más. Utilizar una cámara de película de vez en cuando es un ejercicio muy recomendable para los que hacemos fotografía de forma casi compulsiva.
Fotografiar con carrete es una experiencia muy diferente en muchos aspectos. Treinta y seis fotos en una cámara digital las hago en un suspiro, reconozco que muchas veces sin plantearme si merece realmente la pena apretar el obturador. En cambio, cuando cuento con sólo 36 disparos, y cada uno de ellos implica un coste, necesariamente me paro a pensar más en la composición, la luz, la configuración, pero también el momento. No tengo la ráfaga que me permite posteriormente escoger la mejor foto, sino que tengo que acertar a la primera, y eso es mucho más emocionante. No puedo subir o bajar el ISO, así que me tengo que estrujar la cabeza para obtener el mejor partido posible con lo que tengo en cada momento. Y desde luego no tengo el histograma que me avise de si estoy rompiendo las luces, así que hay que pensar bien la combinación de diafragma y velocidad que tengo que usar en cada momento.
Y luego hay otro aspecto también muy importante: la distancia temporal entre el disparo y la foto terminada me aporta también una «distancia emocional» que me permite valorar mejor la calidad de la foto. Esto no es, creo yo, relevante en el caso de las fotos de familia, en las que no buscas tanto la calidad como captar un determinado momento, pero sí en otro tipo de fotografía.
Así que, aprovechando que ha llovido estos días y que no se me verá en las procesiones de Semana Santa ni para hacer fotos, he disparado un carrete con mi venerable Nikon FE y me he puesto a revelarlo junto con otros tres que tenía esperando en un cajón desde hace año y medio.
Y esa es la otra parte divertida: preparar los líquidos, calcular tiempos de revelado según cada carrete… En definitiva hacer cosas con las manos y no con el ordenador. Al final, ese momento emocionante en que abres el tanque de revelado y aparecen los fotogramas en el negativo, lo cuelgas de la ducha para que seque…
En fin, mi nostalgia no llega mucho más lejos, porque a lo que no me he decidido todavía, y no creo que lo haga en un futuro inmediato, es a montar la ampliadora y positivar en el cuarto oscuro. Así que a partir de ahí toca pelearse con el escáner y el ordenador para poder ver el resultado final.
Las dos fotos son de película Tri-X 400, revelada con un revelador universal y creo que bastante normalito, como es Argenti UFD.